“Como ya descubrieron Adán y Eva, el papel del Diablo es tan ambiguo que a menudo es imposible conocer cuál es. Por un lado, nos tienta a la desobediencia, invitándonos a probar del fruto prohibido así como a tragar el bocado del bien y del mal. Por otro lado, si no fuera por esta inducción a la acción y al conocimiento, seríamos todavía hoy como niños pequeños presos en el jardín idílico y seguro, pero limitado, del Paraíso. Sin la encrucijada demoníaca entre el bien y el mal, no tendríamos consciencia del ego, no habría civilización ni existiría la posibilidad de trascender el ego a través de la autorrealización (…) Ahora, después de haber probado el sabor del bien y del mal, nos vemos enfrentados para siempre jamás con la responsabilidad de la elección moral. Ya no somos capaces, como lo eran los niños obedientes, de permanecer a salvo dentro de los límites de un código de ética impuesto. Estamos, como acertadamente dijo Jean Paul Sartre, “condenados a ser libres”